categoría :: relatos
Respuestas inconscientes
¿Por qué cuando el alma está tan cerca del cuerpo es cuando más se sienten las emociones? ¿Por qué cuando el cuerpo está tan cerca del cerebro es cuando mas se perciben los sentimientos? No hay razón, quizá tampoco lógica pero es un tipo de ecuación química que da como resultado algo demasiado sorprendente como para poder ser estudiado, algo que ni tan siquiera se ha llegado a definir, ya que como cualquier cosa, antes necesita ser comprendida, y esto, esto es algo que a veces hasta cuesta percibirlo con lo que el reto se vuelve mucho más agotador, y sobre todo terriblemente difícil.
¡Y se deshizo la luz!
Escucho un crujido y, de repente, todo se detiene. Es el comienzo de un parpadeo pero no vuelvo a abrir los ojos en un largo rato, todo parece lóbrego y sin sentido. El mundo se detiene y se reduce tan solo a oscuridad. Siento que algo se ha apoderado de mí y me obliga a escudriñar todos los rincones en busca de una solución, algo que calme mi ansiedad y pueda arrojar algo de luz para despertar del pestañeo apagado. Me levanto de la silla y orquesto una vorágine de movimientos totalmente desacompasados, torpes e incluso vagos. Me siento perdido y llego a tropezar un par de veces. Rebusco en estanterías y cajones y hasta examino lugares que creía olvidados. Todo en un vano intento de recuperar las riendas de mi visión.
Tempus fugit
Quizá como dicen muchas canciones, se necesita tiempo, siempre es él, dulce verdugo de un crepitar de pasos sin nombre. Pasos que sin querer damos cada uno de los días que corremos sin detenernos siquiera a contemplar lo que tenemos delante. Se desgrana segundo a segundo y solo puedes verlo una vez. Él, sin embargo, sigue tranquilo y tentador, sentado en una ola de cambio que aún no sabe cómo tiene que romper. Sin destino ni rumbo. A pesar de eso, le sigues esperando impaciente. Nunca he tenido suficiente con una sola vez.
¿Quién muere?
Muere lentamente quien se transforma en esclavo del hábito, repitiendo todos los días los mismos trayectos, quien no arriesga vestir un color nuevo y no le habla a quien no conoce. Muere lentamente quien evita una pasión, quien prefiere el negro sobre el blanco y los puntos sobre las íes a un remolino de emociones, justamente las que rescatan el brillo de los ojos, sonrisas de los bostezos, corazones a los tropiezos y sentimientos. Muere lentamente, quien no voltea la mesa cuanto está infeliz en el trabajo, quien no arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de ese sueño que lo está desvelando, quien no se permite por lo menos una vez en la vida, huir de los consejos sensatos. Muere lentamente quien no viaja, no lee, quien no oye música, quien no encuentra gracia en sí mismo.
La sonrisa
La sonrisa refleja emociones tan bellas como nuestro rostro al esbozarlas. Comprobar que los pliegues de nuestra piel responden al agradable estremecimiento que las provocan. Pliegues unidos al eje de la sonrisa, los labios, caras opuestas del corazón, enfundados en su traje rojo que pide a gritos un beso.
Cristales rotos
La llama se apagó, las formas cayeron en el olvido de las sombras y el mundo parecía desvanecerse. Seguía boquiabierto, escondido en el rincón tras una desvencijada mesa, temblando y con las gotas de sudor surcando su frente y sus mejillas. Quería mirar atrás, lo deseaba pero tenía el presentimiento de que si lo hacía nunca más se abrirían sus ojos. La madera se retorcía de dolor en crujidos fuertes, pasos que parecían clavarse en las entrañas del suelo. Allí, acurrucado, sus brazos rodeaban las piernas que mantenía pegadas al cuerpo. Todo él temblaba, absorto en su propio mundo del que no quería despertar. La mirada inquieta, un recorrido minucioso y repetitivo de todo los ángulos que podía observar, una visión que se apagaba por momentos.
Road Movie
Amanece nublado, frío en el exterior, pero no me importa, me siento bien y lo veo todo con claridad, como jamás antes lo había hecho. Las flores rugen furiosas mientras son aplastadas sin compasión por el devastador viento, violentos rayos azotan las montañas y el sonido ensordecedor de los truenos, que algunas veces me provocó miedo, es el mismo que ahora me inspira bienestar. Una poderosa lluvia golpea frenéticamente el techo metálico y tengo ganas de bailar como un poseso bajo la misma, gotas y gotas cayendo sin compasión sobre mi cuerpo que me propugnan una auténtica sensación de libertad.